Año 994, postrimerías de la llamada Última guerra. Los ejércitos de Cyre han soportado un castigo enorme a lo largo de la guerra, por lo que desde hace años despliegan ejércitos completos de Forjados con sus propios cuadros de mando y apoyo logístico para defender su territorio e incluso realizar incursiones sobre países enemigos; Breland ya ha reconocido a los forjados como criaturas sentientes, aunque ese reconocimiento tardará en extenderse entre la población. En estas circunstancias la Casa Cannith, desarrolladora y única proveedora de Forjados en Khorvaire, prepara nuevos modelos a través de nuevos programas de adiestramiento que facilitan a cada Forjado escoger el propio aprendizaje, generándose así no solo guerreros o exploradores sino también magos, Clérigos o Artífices. En la Forja de Creación de la casa Cannith de Sharn, en Breland, enciende por primera vez sus ojos el forjado conocido como Runa.
Desde el primer momento es considerado extremadamente curioso para ser un Forjado; aunque todo el mundo en su conjunto le resulta nuevo y complejo, la naturaleza de las poderosas fuerzas utilizadas en la creación de sus hermanos y de él mismo le provoca una honda impresión. Sin embargo su búsqueda no es la del mago que quiere comprenderlas a nivel teórico, ni la del hechicero que las considera parte de sí mismo, sino la del técnico que quiere saber como funcionan y aplicar ese conocimiento: la vía del artífice. Por ello es destinado al pequeño grupo de Forjados que son adiestrados por los artífices Cannith como apoyo mágico y curativo para las unidades de Forjados Brelios. Alumno aventajado, pronto comprende que sus maestros no quieren realmente que comprenda las sutilezas de su arte, sino que es considerado más bien como un experimento desechable destinado a morir en combate, y por tanto buscan aprender de él más que enseñarle: no creen que sobreviva, pero si lo hace no quieren que pueda llegar a ser mejor que ellos o que pueda contradecir sus enseñanzas. Apenas han aprendido los rudimentos de la senda del Artífice, todos los alumnos son enviados al frente; Runa nunca volverá a saber nada de ninguno de ellos.
Como primer Artífice del Sexto Ejercito forjado de Breland, Runa es tenido en alta estima; sus artes permitirán a muchos de sus hermanos volver de la batalla. Sus compañeros son en su mayoría guerreros, muchos de ellos veteranos de una guerra en la que los Forjados son los soldados-esclavos definitivos, que luchan por la causa de los humanos con la incansable precisión de máquinas. Runa no ve a los humanos como sus señores, conoce demasiado bien la mezquindad de sus almas, pero tampoco los odia, sabe que son capaces asimismo de las más grandes y nobles proezas. Irónicamente, son las almas de los forjados las que al principio le resultan extrañas: muy pocos se cuestionan las órdenes de sus amos, a pesar de que casi todos han visto morir a sus hermanos a cientos en acciones suicidas o terribles asedios. Es al verse inmerso en los primeros combates cuando comprende la esencia de ser un Forjado para la Guerra: la lealtad del guerrero, el sacrificio de los unos por los otros es lo que hace de los soldados camaradas, hermanos de sangre que soportan la crueldad de la batalla sin importar que esa no sea su lucha. No importa que las victorias y las derrotas no les pertenezcan, ni el miedo y el desprecio en los ojos de sus amos, sino el saber que todos darían sus vidas por el compañero; Runa comprendió el sentido de la vida Forjada en una oscura trinchera durante el asalto de Breland a Cyre conocido como La Última Batalla…
Aunque superados en número, los ejércitos de Cyre contuvieron la avalancha de las fuerzas coaligadas Brelias y Thranias durante dos días; la batalla se recrudecía hora tras horas, y Runa apenas era capaz de volver a poner en pie a algunos de sus hermanos para ver como retomaban las armas e iban de nuevo en busca de la lucha y del eterno sueño.
En ese momento la tierra tembló bajo una gran explosión, el cielo se tornó rojo, y la niebla gris se tragó Cyre: era el Día del Luto, y Runa contempló desde retaguardia como el Sexto de infantería pesada forjada y la mayor parte del ejército Brelio desaparecía bajo las terribles energías desatadas en lo que sería conocido como El Campo de Ruinas. Durante los tres meses que los supervivientes tardaron en salir de lo que ahora eran las Tierras Enlutadas y retornar a las fronteras Brelias, Runa y sus compañeros fueron testigos de los más terribles y caóticos efectos que se pudieran soñar: muertos andantes, conjuros vivientes, espíritus de la tierra convertidos en guerra misma, erupciones espontáneas de poder puro y la omnipresente confusión de la niebla gris. Todo era visto por Runa con una mezcla de estupor y admiración, que resultaba sobrecogedora para los humanos y sorprendente para sus hermanos forjados: los más horribles espectáculos hacían brillar sus ojos y arrancaban de sus labios un musitado “…interesante”, antes de ponerse manos a la obra y enfrentarse a la amenaza. Aún hoy, el Día del Luto y sus consecuencias son un misterio que asquea profundamente y atrae irremisiblemente la curiosidad de Runa.
Aunque pasaron casi dos años hasta la llegada del tratado de Trono Firme, los supervivientes forjados del Sexto ejército, bajo el mando de Bastión, supieron de las intenciones de otorgar libertad a los forjados del Rey Boranel mucho antes: impresionado por la entrega, coraje y lealtad de sus tropas durante la guerra, el monarca dialogó mucho con el comandante forjado durante esos meses, y le comunicó sus firme propósito de firmar una paz que hiciera de él y sus hermanos seres libres. Ese día Boranel dejó a muchos forjados confundidos, sin saber que hacer con una libertad con la que ni siquiera soñaban, pero se ganó la gratitud eterna de uno: Runa por fin iba a ser libre de ver el mundo más allá de la guerra y conocer las fuerzas que en él operan.
A partir del 996, Runa ha vagado todo lo que sus incansables pies le han permitido; la vida del aventurero era la elección evidente para alguien con su espíritu y sus habilidades, y a lo largo de los años ha conocido a muchos miembros de esa informal cofradía, de los que ha aprendido que, en el mundo de los mercenarios, los peores golpes suelen venir desde atrás. Sin embargo eso no sólo no ha quebrantado la férrea convicción de Runa acerca de la necesidad imperiosa de orden del mundo, sino que ha reforzado más aún sus ideales de la lealtad y camaradería que, para él, son la base de cualquier jerarquía destinada a perdurar. Bien y mal sólo son conceptos relativos que dependen y han de responder ante ese todo superior que es la hermandad entre camaradas de armas.
Aunque sus necesidades físicas son fáciles de cubrir, hay una que nunca será satisfecha: su afán de saber. Cuando la lucha se hace difícil, cuando la batalla parece perdida, cuando las fuerzas fallan y los camaradas caen, todos piensan en los motivos que les han llevado allí; para unos es el oro, para otros el poder, algunos hablan de causas justas o del bien, pero para Runa sólo por el conocimiento merece la pena entregarse a las dificultades, sólo por el dominio de las fuerzas y energías que recorren el mundo en todas sus formas se puede justificar el ponerse en peligro a uno y a los hermanos.
Sus siempre abiertos ojos han visto las torres de las criptas de Atur de Karrnath, las ciclópeas ruinas de los gigantes de X´endrik, los monumentos a los antepasados de los jinetes Valenar o las caóticas ciudades de Darguun, pero nada atraerá su mirada con tanta fuerza como las etéreas torres de Sharn; muchas veces se ha preguntado porqué considera a Breland su hogar, porqué siempre termina regresando al lugar que le vio “nacer”, y sabe que no es por la tierra, ni por la patria, ni porque considere Breland un lugar perfecto. Conoce mejor que nadie la corrupción que acecha bajo su superficie, las luces y sombras del reino, pero precisamente por eso, porque es imperfecto en su búsqueda de la estabilidad y el orden, es una buena causa por la que luchar. Un día, hace muchos años, entregó su lealtad a los soldados Brelios que lucharon y murieron junto a él, entregó su lealtad a las gentes de Breland y con esa misma moneda le pagaron. Eso Runa nunca lo olvidará, y su confianza nunca les será retirada; se lo debe a los hermanos que nunca volvieron.