martes, 21 de octubre de 2014

Historia de Klyn


Klynvavieh tiene mucho calor. A su alrededor todo el paisaje es nuevo, aunque sus colores son apagados. Arena, barro, adoquines… Solo el verde le hace sonreír por su brillo pero echa de menos la luz y la amplitud del blanco. –Tengo que recortar estas ropas si no quiero morir abrasada. Debería fijarme en qué usan los guerreros mujeres en estos lares…-.
No ha visto a muchos de los suyos en estas tierras meridionales. Los humanos le miran raro y gigantes no se ha encontrado ninguno. Ha descubierto que hay animales muy pequeños como mosquitos y arañas y no le gustan. Son molestos y hacen cosquillas. Sin embargo, las flores le apasionan y siempre se para al descubrir una nueva especie. Esta exhibición de vida le abruma, pero se siente bien.
Su familia se ha quedado en el norte, en el llamado Reino de Los Señores de Los Mamuts. Padre, madre y 6 hermanas pequeñas. A su padre le hubiera gustado tener un varón y le hubiera ayudado a mantener su posición en la tribu, pero se ha tenido que conformar con una camada de hembras. Todos los padres adiestran a sus hijos para la caza y el combate, aunque las mujeres, por su propia seguridad, son capaces de sobrevivir sin ayuda. Klyn siempre había puesto interés en estas actividades típicamente masculinas y era diestra, fuerte y ágil, destacando incluso por encima de chicos de su edad. Al ver que el varón no llegaba, su padre decidió que Klyn debía ser entrenada. No a todo el mundo gustó esa decisión y está casi segura de que perdió su puesto de líder tribal por ella. Así que se propuso ser la mejor, por ella misma y para que su padre estuviera orgulloso. Tras 8 años de migraciones tras las grandes bestias, se convirtió en la mejor cazadora de la zona y varios líderes tribales la ambicionaban como pareja. A pesar de que la familia es el centro de su cultura, Klyn no tenía intención de casarse todavía. Sabía cazar y defender su estilo de vida nómada, pero quería saber más y entrenarse en nuevas disciplinas, como esos guerreros con los que de vez en cuando coincidía en los trueques de la ciudad. Al partir, descubrió que lo que para ella era una ciudad, no era más que un pequeño asentamiento en medio de la nada…
En su camino solo lleva sus pertenencias más preciadas: cicatrices, ropa de piel de mamut, el colmillo del primer diente de sable que mató anudado en su trenza y el alfanje regalo de su padre y herencia familiar. Lo que guarda con más recelo es una bolsita con pociones y brebajes que le ha preparado su madre. Ha visto muchos juegos de luces, trucos y recuperaciones milagrosas en su viaje por las tierras sureñas, pero los magos y brujos le parecen seres salidos de la más profunda oscuridad, jugando con las vidas a su alrededor. Los nómadas nunca han necesitado la magia, más allá de cataplasmas y pociones naturales para limpiar las habituales heridas producidas por las grandes bestias del norte. Klyn posee estos conocimientos médicos rudimentarios y no necesita más, aunque su filosofía es ser más y mejor para no tener que usarlos.
La joven bárbara no sabe que le depara el futuro, pero no parará de avanzar…

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