Klynvavieh tiene mucho calor. A su
alrededor todo el paisaje es nuevo, aunque sus colores son apagados.
Arena, barro, adoquines… Solo el verde le hace sonreír por su brillo
pero echa de menos la luz y la amplitud del blanco. –Tengo que recortar
estas ropas si no quiero morir abrasada. Debería fijarme en qué usan los
guerreros mujeres en estos lares…-.
No ha visto a muchos de los
suyos en estas tierras meridionales. Los humanos le miran raro y
gigantes no se ha encontrado ninguno. Ha descubierto que hay animales
muy pequeños como mosquitos y arañas y no le gustan. Son molestos y
hacen cosquillas. Sin embargo, las flores le apasionan y siempre se para
al descubrir una nueva especie. Esta exhibición de vida le abruma, pero
se siente bien.
Su familia se ha quedado en el norte, en el
llamado Reino de Los Señores de Los Mamuts. Padre, madre y 6 hermanas
pequeñas. A su padre le hubiera gustado tener un varón y le hubiera
ayudado a mantener su posición en la tribu, pero se ha tenido que
conformar con una camada de hembras. Todos los padres adiestran a sus
hijos para la caza y el combate, aunque las mujeres, por su propia
seguridad, son capaces de sobrevivir sin ayuda. Klyn siempre había
puesto interés en estas actividades típicamente masculinas y era
diestra, fuerte y ágil, destacando incluso por encima de chicos de su
edad. Al ver que el varón no llegaba, su padre decidió que Klyn debía
ser entrenada. No a todo el mundo gustó esa decisión y está casi segura
de que perdió su puesto de líder tribal por ella. Así que se propuso ser
la mejor, por ella misma y para que su padre estuviera orgulloso. Tras 8
años de migraciones tras las grandes bestias, se convirtió en la mejor
cazadora de la zona y varios líderes tribales la ambicionaban como
pareja. A pesar de que la familia es el centro de su cultura, Klyn no
tenía intención de casarse todavía. Sabía cazar y defender su estilo de
vida nómada, pero quería saber más y entrenarse en nuevas disciplinas,
como esos guerreros con los que de vez en cuando coincidía en los
trueques de la ciudad. Al partir, descubrió que lo que para ella era una
ciudad, no era más que un pequeño asentamiento en medio de la nada…
En
su camino solo lleva sus pertenencias más preciadas: cicatrices, ropa
de piel de mamut, el colmillo del primer diente de sable que mató
anudado en su trenza y el alfanje regalo de su padre y herencia
familiar. Lo que guarda con más recelo es una bolsita con pociones y
brebajes que le ha preparado su madre. Ha visto muchos juegos de luces,
trucos y recuperaciones milagrosas en su viaje por las tierras sureñas,
pero los magos y brujos le parecen seres salidos de la más profunda
oscuridad, jugando con las vidas a su alrededor. Los nómadas nunca han
necesitado la magia, más allá de cataplasmas y pociones naturales para
limpiar las habituales heridas producidas por las grandes bestias del
norte. Klyn posee estos conocimientos médicos rudimentarios y no
necesita más, aunque su filosofía es ser más y mejor para no tener que
usarlos.
La joven bárbara no sabe que le depara el futuro, pero no parará de avanzar…
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